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Desde la década de los 80 del pasado siglo se viene hablando del progresivo envejecimiento de la población en los países desarrollados y de la especial virulencia que este fenómeno tiene en España. Las explicaciones tienen raíces de índole social, demográfica y hasta económica, pero en esencia, los factores inmediatos son cuatro:

  • La finalización del proceso de transición demográfica, que consiste en pasar de una demografía antigua, con altas tasas de natalidad y mortalidad, a otra moderna, en las que ambas tasas son bajas. En España este fenómeno fue más tardío, aunque también se produjo de forma más rápida.
  • La fuerte emigración sufrida por España desde los años 40 hasta los 70, particularmente la dirigida al extranjero. Normalmente, los que emigran suelen ser los más jóvenes, lo que envejece inmediatamente a la población emisora.
  • El aumento de la esperanza de vida. La tasa de mortalidad disminuye porque se reduce de forma intensa la mortalidad infantil, al tiempo que las mejoras en las condiciones de vida alargan los años medios de vida al final de la misma.
  • La disminución de las tasas de natalidad hasta niveles mínimos en nuestro entorno inmediato. Más allá de lo que cupiera esperar por el proceso de transición demográfica, en España se sucedieron una serie de crisis económicas prolongadas a lo largo del siglo XX que impulsaron a la baja la tasa de natalidad desde la Guerra Civil.

Con estos factores, nuestra capacidad para hacer crecer la población por nuestros propios medios (es decir, sin necesitar inmigración) se ha fue reduciendo a lo largo de todo el último cuarto del pasado siglo.  De hecho, entre 1998 y 1999 estuvimos muy cerca de ofrecer saldos vegetativos (diferencia entre nacimientos y defunciones) negativos. Sin embargo, la larga fase de crecimiento económico comenzada en 1997 provocó que comenzáramos a ser un país receptor de inmigrantes, con el consiguiente rejuvenecimiento de nuestra base poblacional y un repunte de las tasas de natalidad (Gráfico 1). El arranque de la Gran Recesión en 2009 supuso también la recuperación de la tendencia negativa anterior, tendencia que finalmente culminó en 2015 con nuestro primer decrecimiento vegetativo de la serie. En cualquier caso, aunque el país en su conjunto pierda población por el lado vegetativo, siempre quedaría el saldo migratorio para compensar.

Las implicaciones económicas de este fenómeno son importantes. No olvidemos que el PIB es el resultado de la activación de los factores de producción (tierra, capital y trabajo) y que el trabajo, al fin y al cabo, son personas (a las que se les suman educación, habilidades, aptitudes).

Por otro lado, tampoco podemos obviar la diferente intensidad territorial del proceso. En el Gráfico 2 se han representado los saldos vegetativos de cada provincia Española en 2014 y 2015. Su simple observación ya nos permite comprobar que aún hay un grupo de territorios en los que los nacimientos superan a las defunciones. Aparte de la capital, se trata de provincias casi todas del litoral y en las que la inmigración del arranque del presente siglo fue particularmente intensa, lo que implicó el mencionado rejuvenecimiento del stock poblacional.

Por lo tanto, salvo que medie una nueva oleada inmigratoria en los próximos años que compense el movimiento natural de nuestra población, o que cambien las tendencias en materia de natalidad de los residentes, el negro titular de este artículo se convertirá en realidad.

David Uclés Aguilera

Área de comunicación en Grupo Cajamar