La transformación digital es una realidad imparable, y el sector agroalimentario está viviendo en estos momentos una auténtica revolución para aprovechar de la forma más eficiente todas las posibilidades de las nuevas tecnologías, con el objetivo de avanzar en la competitividad y la sostenibilidad de nuestras explotaciones.
Al contrario de lo que tradicionalmente se ha pensado, el sector agroalimentario es uno de los más dinámicos de la economía global, y probablemente el más receptivo a la incorporación de las nuevas tecnologías. En definitiva, uno de los más abiertos a la innovación, en cuya cadena de valor participan la mayoría de las ramas de conocimiento a la vanguardia de la ciencia del siglo XXI, como la biotecnología, la bioquímica y la genética.
La digitalización estará cada vez más presente en nuestras vidas de la mano del internet de las cosas, pero a veces es complicado imaginarse cómo pueden trasladarse estas tecnologías a la agricultura y la alimentación si no es con ejemplos concretos. Cosa que no sucede con otros sectores en apariencia mucho más sofisticados, como el de la moda, en el que varias firmas españolas son líderes internacionales. Su éxito en los últimos años ha venido de la mano de su capacidad para captar los gustos de los consumidores, combinar decenas de variables y registros y trasladar los resultados de su análisis estratégico casi en tiempo real a sus cadenas de diseño y producción. Es decir, de utilizar intensivamente el conocimiento como un factor determinante a la hora de tomar decisiones. De hecho, probablemente nuestra industria textil ha sido de las primeras en aplicar a la economía real el aprovechamiento del omnipresente big data.
Pero ¿cómo pueden aprovechar estas nuevas herramientas nuestros productores y nuestras empresas? Es evidente que en cualquier producción agronómica y en cualquier comercializadora, ya sea de productos frescos o de alimentos elaborados, se maneja una cantidad de datos cuando menos similar a los de cualquier industria puntera, que hay que saber interpretar de forma ágil y precisa. Solo aquellos agentes de la cadena capaces de seguir de cerca las nuevas tendencias de consumo alimentario para generar valor añadido podrán desenvolverse con garantías en un mercado cada vez más complejo. Pero para disfrutar de esta ventaja competitiva necesitan rediseñar sus procesos de producción, su estructura empresarial y sus políticas de marketing.
La base del negocio agroalimentario siempre serán los recursos naturales. Pero la obtención de valor se ha trasladado definitivamente de los primeros eslabones de la cadena, del ámbito de la producción, a la parte final de la misma, donde se comercializa el resultado de la manipulación de las materias primas. Desde hace tiempo, los departamentos clave de cualquier empresa agroalimentario son el de análisis de mercado y comunicación, encargados de detectar y anticiparse a los deseos de los consumidores, y el de innovación y desarrollo de
productos, que imagina la nueva gama de alimentos. Evidentemente, la cooperación entre ellos ha de ser estrecha y fluida, sin que apenas existan puertas que marquen espacios diferenciados entre los profesionales de ambos mundos.
Así las cosas, la capacitación profesional, la mayor financiación y la puesta en común de experiencias son las principales necesidades para que esa llamada a la modernidad agroindustrial haga de nuestra oferta un paradigma en la implementación de nuevas tecnologías, de robotización, del uso aplicado de metadatos y de análisis de sistemas.
Y lo más importante: para gestionar toda esta información y acertar en la toma de decisiones, el sector agroalimentario español necesita incorporar nuevos talentos que lideren una transformación digital que no tiene marcha atrás. Hay que seguir dando pasos, porque si no
estamos nosotros estará la competencia.