Skip to main content

A lo largo de todo el siglo XX el cooperativismo fue un instrumento de innovación en el mundo rural. Frente a la emigración y el éxodo desde el campo a la ciudad las personas con inquietudes, jóvenes, que querían buscar alternativas para generar riqueza en sus pueblos y conseguir un futuro mejor para ellos, para sus familias y para su comunidad, encontraron en las cooperativas el vehículo ideal.

En aquellos años, los jóvenes inconformistas se reunían, compartían sus aspiraciones por conseguir un futuro mejor, buscaban ejemplos que les sirvieran de guía y actuaban. La escasez de recursos la suplían con toda la energía y la ilusión que daba el creerse capaces de cambiar su futuro. Y siempre contaban con el apoyo de algunos agentes que jugaban un papel relevante en aquella sociedad, pudiendo ser los curas, los maestros o los agentes de extensión agraria.

El movimiento cooperativo fue adquiriendo dimensión a lo largo de todo el siglo XX y fue el gran motor de desarrollo de amplias regiones del Estado español. En una sociedad que carecía de grandes empresas agroindustriales y donde los grandes propietarios de fincas conseguían unas rentas suficientes con la simple explotación tradicional de la tierra, las cooperativas agrupaban a los pequeños y medianos agricultores que no podían seguir viviendo solo del trabajo de la tierra. Su supervivencia dependía de que abordasen proyectos de modernización y tecnificación de sus explotaciones y de que llevasen a cabo la posterior transformación y comercialización de los productos obtenidos.

Innovación social y modernización

En muchos casos suponía un cambio radical en lo que se producía. Así surgieron las especializaciones de algunos territorios en determinadas producciones agrícolas o ganaderas. Quizás uno de los mejores ejemplos de desarrollo económico basado en el movimiento cooperativo fue el de la citricultura de la Comunitat Valenciana y la posterior aparición y crecimiento de los modelos de agricultura intensiva de Almería y Huelva.

Cuando a partir de finales de los años 50 empieza a mejorar progresivamente la renta de los españoles, y empiezan a poder adquirir mayor cantidad de productos ganaderos, se propició la especialización de muchas regiones a partir de iniciativas cooperativas todavía vigentes, como puede ser el caso de Covap, Coren, Ivars de Urgell y muchas otras.

También las cooperativas permitieron la implantación de cultivos que en su momento fueron novedosos, como el arroz en la albufera de Valencia o en el delta del Ebro, o la remolacha. Este último cultivo, que tuvo una gran expansión, especialmente en el valle del Guadalquivir y en Castilla y León, solo se ha mantenido precisamente en el lugar donde una cooperativa, Acor, ha seguido trabajando por aportar valor al trabajo de sus socios.

Las grandes extensiones de olivar o viñedo pudieron prosperar porque prácticamente en cada pueblo se creó una o varias cooperativas que realizaron las inversiones para transformar la aceituna en aceite y la uva en vino. Construyeron grandes depósitos para su almacenamiento y su posterior comercialización.

Y prácticamente, el mismo papel jugaron las grandes cooperativas cerealistas que ayudaron a introducir nuevas semillas más productivas, los insumos para optimizar los rendimientos y la posterior gestión de la venta de manera organizada.

Así podríamos seguir realizando un inventario de todo lo que las cooperativas han realizado por el desarrollo del sector agroalimentario español, pero considero que los ejemplos expuestos son suficientemente ilustrativos.

Dos realidades contrapuestas

Todo este impulso hacia la creación de nuevas cooperativas como agentes de desarrollo territorial se empezó a ralentizar en el último cuarto del pasado siglo y prácticamente ha desaparecido en la actualidad. Lo cual no consideramos que sea negativo, ya que la red de cooperativas existentes es suficientemente amplia tanto por lo que a cobertura territorial se refiere como por su especialización productiva.

La cuestión que nos ocupa es saber si ese movimiento cooperativo, que tan vital ha sido, sigue teniendo el dinamismo y la capacidad de transformación que tuvo en sus orígenes o si ha entrado en una cierta etapa de conservadurismo y estancamiento.

Lógicamente, no hay una única respuesta y son muchas las circunstancias y las casuísticas que nos podemos encontrar. A nivel macro, y según la información que facilita Cooperativas Agro-alimentarias de España a través de su Observatorio Socioeconómico, la facturación de las cooperativas y de sus sociedades participadas no ha parado de crecer, si bien en la última edición se muestra una pequeña caída contraria a lo que ocurrió con el valor de la producción agraria y la facturación de la industria alimentaria.

Pero esas cifras macro esconden realidades empresariales muy diversas. Por un lado, nos encontramos que se está consolidando un grupo de grandes cooperativas, que están incrementado continuamente su tamaño por la incorporación de nuevos socios o porque mejoran el valor de sus productos. Por otro lado, hay pequeñas y medianas cooperativas que también están teniendo comportamientos muy positivos gracias a la clara apuesta que están realizando por la innovación en productos, por una gobernanza atractiva para la incorporación de nuevos agricultores al proyecto o por la clara orientación hacia el mercado que les está permitiendo posicionarse en mercados y canales de alto valor.

Pero una gran parte del cooperativismo español se encuentra en una posición de debilidad y su viabilidad depende de que se enlacen varios años de buenos precios de los productos agrícolas, que permitan mantener liquidaciones aceptables para sus socios, o de la rentabilidad de actividades alternativas y complementarias con la principal.

Las cooperativas, al igual que cualquier otra sociedad empresarial, están sometidas a un ciclo de vida en el que se encontraran con una fase inicial de nacimiento, seguida por otra de fuerte crecimiento hasta llegar a la madurez, cuando prácticamente se estabilizan. A partir de ahí puede surgir un momento de crisis que lleve a la progresiva decadencia y muerte de la cooperativa. O a una reinvención para intentar conseguir un nuevo ciclo expansivo. Hay que señalar que el periodo de estabilización y decadencia en las cooperativas suele ser mucho más largo que en las empresas privadas, por el simple hecho de que la falta de rentabilidad es soportada principalmente por los propios socios de la cooperativa.

Claves de una reinvención necesaria

Identificar en qué momento del ciclo vital se encuentra una cooperativa, y saber cuándo hay que tomar decisiones innovadoras para evitar entrar en esa fase de decadencia, resulta vital para reaccionar cuanto antes y con la mayor decisión y celeridad posible.

Cuando una cooperativa ha perdido de manera ininterrumpida durante los últimos años facturación, volumen de producto y socios probablemente se encuentre ya en una fase de difícil retorno. Por lo que tendríamos que trabajar en una serie de indicadores que nos pudiesen anticipar esta futura situación.

Sin querer ser exhaustivo en la exposición de esas señales de alerta, podríamos señalar como más significativos la renovación, o falta de ella, que se haya realizado en los productos y referencias que se comercializan, los mercados en los que se trabaja y las alianzas que se han establecido entre diferentes colaboradores, ya sea por el lado de los proveedores, de los clientes o con otras empresas similares.

Pero, sobre todo, hay un indicador que es más revelador que ninguno: la capacidad para atraer a jóvenes y su implicación en los órganos de decisión de la cooperativa.

Como comentábamos al principio de este artículo, gran parte del movimiento cooperativo fue posible gracias a la ambición, el inconformismo y la implicación de los jóvenes agricultores.

Nuestras aspiraciones y nuestras metas van evolucionando con nuestro propio ciclo vital. Al principio tenemos la energía para poder plantearnos objetivos difíciles de conseguir, y todo el tiempo por delante para luchar por alcanzarlos y para reaccionar si nos equivocamos. Conforme vamos cubriendo etapas y obteniendo logros empezamos a tener más miedo de perder lo conseguido que deseos de arriesgar para obtener nuevos éxitos. Gestionar ese equilibrio no es fácil, pero puede ser la clave para la reinvención de la cooperativa.

Si al final las voces de los más jóvenes no son escuchadas, se genera frustración y desapego hacia la cooperativa. Y una sociedad sin jóvenes es una sociedad sin futuro.

En este aspecto es de gran relevancia un concepto que utilizamos con mucha frecuencia, pero no sé si con el adecuado significado: la gobernanza. Entendemos como tal no solo el que exista un procedimiento reglado y conocido para la toma de decisiones y la gestión de la empresa. Sino que también debe prever los mecanismos que velen por la continuidad a largo plazo de la sociedad. Para ello es imprescindible que exista una política activa de información, formación y captación de jóvenes agricultores que se vayan preparando para su incorporación a los máximos órganos de representación de la cooperativa. Es importante que aprendan a tomar decisiones pensando en el bien del colectivo, que conozcan el entorno cada vez más complejo y cambiante en el que desarrollan su actividad, que sepan comunicar a los demás sus puntos de vista y a escuchar y negociar con los que tienen opiniones diferentes, que piensen en el largo plazo y que sean capaces de liderar equipos.

Un consejo rector en permanente evolución, que integre la experiencia y la juventud, el conocimiento y la inquietud, es un primer paso para asegurar la viabilidad de las cooperativas.

Tenemos que conseguir volver a ilusionar a los jóvenes agricultores para que entiendan que una cooperativa es el mejor vehículo para canalizar su ambición de progreso individual y colectivo.

Pero repetimos, es solo un primer paso. Luego habrá que abordar cuestiones tan relevantes como la continua modernización de las explotaciones de los socios para que sean más eficientes, más productivas y que obtengan los productos que demanda el mercado. Habrá que innovar continuamente en la forma en la que transformamos las materias primas y en la gama de referencias que se obtienen.

Habrá que ganar dimensión para poder escalar en la cadena de valor, teniendo en cuenta que el mundo está cada día más globalizado y que no nos diferenciamos tanto de la cooperativa del pueblo que tenemos al lado o de otras que hacen lo mismo que nosotros, con las que compartimos las mismas necesidades e inquietudes y de las que solo nos separan unos cientos de kilómetros.

Y habrá que buscar la fórmula para llegar cada día lo más directamente posible al consumidor, esté donde esté.

 

Roberto García Torrente

Director de Innovación Agroalimentaria Cajamar