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Acabo de leer una noticia sobre la puesta a la venta en el mercado estadounidense del primer salmón transgénico del mundo. Tras muchos años de investigación y de un proceso administrativo que por fuerza y por seguridad debería ser y es extraordinariamente cauteloso, el nuevo pez llega al mercado.

Al margen de las cuestiones relacionadas con la seguridad de los ecosistemas (¿qué pasará si se escapan peces modificados y entran en contacto con ecosistemas naturales?), lo que estamos viendo es el modo 4.0 del tradicional proceso de mejora. Aunque no nos guste esta idea. Los humanos hemos creado especies completamente nuevas de animales y plantas que había en la naturaleza. Es lógico y es una consecuencia de nuestra propia evolución. Una vez descubierta una especie beneficiosa para los humanos (es decir, que podía alimentarnos, abrigarnos, ayudarnos o acompañarnos), procedíamos a ir seleccionando y replicando aquellas variaciones que fueran más útiles para nosotros: ovejas que dieran más lana, vacas que produjeran más leche, maíz y trigo que generaran más granos, o lobos que fueran más dóciles.

El resultado, al cabo de muchas generaciones de humanos, eran nuevas especies que distaban mucho de las silvestres, pero que cubrían mejor nuestras necesidades. Y, dado que el Homo sapienses una criatura terrestre, la mayoría de nuestras modificaciones las hemos realizado sobre seres también terrestres.

Lo de domesticar el mar lo hemos iniciado mucho más tarde. Por un lado, el crecimiento de nuestra población y el paralelo aumento del esfuerzo pesquero han llevado al colapso a muchos caladeros y, por otro, el desarrollo de nuevas técnicas de cría desarrolladas en los últimos años nos ha permitido comenzar a parcelar zonas de mar para criar nuestros peces destinados al consumo. En este momento ya tenemos identificadas las especies que consideramos beneficiosas (ya sea por la calidad de su carne o por la adaptabilidad a los sistemas de acuicultura). El siguiente paso es comenzar a seleccionar ejemplares más grandes, o más pacíficos, o más eficientes en la transformación metabólica. La diferencia con respecto al pasado es que ahora disponemos de los conocimientos y la tecnología para adelantarnos en el proceso cientos o miles de años. Este nuevo salmón es más grande y crece mucho más deprisa que los normales, lo cual es muy beneficioso para los acuicultores.

¿Cuál es el problema de fondo? El miedo. Si hubiéramos llegado a este nuevo salmón a base de cruces y selección, posiblemente los consumidores no sentirían aprensión, porque seguramente ni siquiera hubiera sido noticia, ya que se habría llegado a él de forma paulatina. Imagino que ese miedo lo iremos perdiendo en la medida que los sistemas de control previos nos vayan generando confianza suficiente. Y a base de tiempo, por supuesto.

Y, obviamente, hay otro problema, el más grave a mi modo de ver: el riesgo para los ecosistemas marinos. El ser humano ya ha modificado la mayor parte de los ecosistemas terrestres y, a través de nuestros vertidos y efectos secundarios del cambio climático, estamos comenzando a cambiar las condiciones del mar. Un escape de seres completamente nuevos puede suponer un cambio mayor en poco tiempo. Pero también estoy seguro de que correremos ese riesgo: a los humanos nos gusta controlar el medio ambiente…

David Uclés Aguilera

Área de comunicación en Grupo Cajamar