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Cuando en los años 60 un agricultor se acercaba a una oficina de Cajamar solicitando financiación para su proyecto agrícola, uno de los principales criterios de decisión era el papel que jugaba la mujer en la explotación familiar. Si a la sucursal venían tanto el hombre como la mujer, y esta tenía un peso muy importante en la gestión y en la toma de decisiones, había muchas más probabilidades de que el préstamo fuese amortizado correctamente. Los resultados obtenidos por nuestra entidad son la prueba de que no estábamos equivocados.

La mujer siempre ha tenido un rol muy relevante en la actividad agraria, a pesar de que tradicionalmente su visibilidad ha sido escasa. Por un lado ha contribuido a la realización de las labores cotidianas. Pero su papel ha sido incluso más decisivo en la toma de decisiones que iban a condicionar el desarrollo de la empresa familiar. En algunos casos, ha sido la impulsora y animadora de las inversiones que permitían aumentar la base territorial o incorporar nuevas tecnologías que hiciesen más productiva la explotación. En otros, ha impuesto la prudencia, evitando apuestas demasiado arriesgadas que podían poner en peligro la continuidad de la actividad.

Este papel muchas veces ha sido interno, en el seno de la unidad familiar, sin que se haya visto reflejado ni en las estadísticas oficiales ni en las distintas estructuras organizativas que conforman el sector; principalmente en los órganos de decisión de las cooperativas y empresas privadas de transformación y comercialización o en las organizaciones profesionales agrarias.

Pero, afortunadamente, esto está empezando a cambiar.

Según las estadísticas oficiales, en el año 1997 solo el 16 % de los jefes de explotación agraria eran mujeres. Veinte años después, en 2016, este
porcentaje casi se ha duplicado, subiendo hasta el 26 %.

En estos 20 años el cambio de la agricultura española ha sido espectacular y para muchas producciones somos una gran potencia mundial. Como es el caso del olivar, el viñedo, el porcino, los cítricos, las hortalizas, las frutas, etc.

Y sin lugar a dudas la contribución de la mujer, tanto desde el ámbito de la propiedad de las explotaciones como desde el ámbito científico y el asesoramiento técnico, ha sido fundamental.

Sin embargo, el sector agroalimentario español tiene un gran reto por superar. Somos muy buenos produciendo, pero no aprovechamos todo el valor que se genera en la transformación y comercialización de los productos.

Estas actividades se realizan desde las cooperativas y otras estructuras empresariales. Organizaciones en las que todavía la participación de la mujer es muy minoritaria. Prácticamente simbólica y, en muchos casos, con un carácter más cosmético que efectivo.

Mientras que en los consejos rectores y de administración solo encontremos de vez en cuando a una sola mujer, que ha sido incorporada como símbolo de que estamos en proceso de modernización, pero que ha sido seleccionada por los antiguos consejeros buscando evitar que suponga cambios relevantes en la toma de decisiones, no conseguiremos la necesaria modernización y transformación de las empresas.

Tenemos que conseguir que los consejeros no se eternicen en sus puestos, que la presidencia rote una vez se hayan conseguido los objetivos planteados en unos años de gran intensidad, que descienda la edad media y que cada vez haya más mujeres.

Me decía hace poco un experto en cooperativismo que para que la incorporación de la mujer en los consejos rectores fuese efectiva tenía que
haber más de una y que tenían que haber sido elegidas por su gran valía profesional y personal.

También es cierto que para que esto ocurra la incorporación no puede tener lugar por invitación de los consejeros ya presentes, sino por una clara voluntad de las mujeres agricultoras por participar activamente en estas organizaciones.

Seguro que cuando lo hagan mejorará mucho su visibilidad y el sector será capaz de generar mucho más valor.

Roberto García Torrente

Director de Innovación Agroalimentaria Cajamar