A nadie se le escapa que la sociedad exige cada vez más a los productores de alimentos. No se trata ya solo de obtener productos sanos y de calidad a precios razonables. También hay que cubrir el requisito de sostenibilidad social y medioambiental. Esto, hay que reconocerlo, no se le pide solo a la agricultura; laindustria y los servicios también se ven cada vez más presionados al respecto. Y hay que reconocer que no solo son peticiones razonables, sino además enormemente necesarias si queremos dejar a las generaciones que nos sucedan un mundo habitable.
Y, dentro de la agricultura, el subsector ganadero es el que se enfrenta a los mayores requerimientos. A las cuestiones normales de salubridad (y bioseguridad), se suman las emisiones de gases de efecto invernadero, el impacto de las defecaciones de los animales, las necesidades de agua y suelo de las explotaciones y de las materias primas, o las cada vez más humanas normas de bienestar animal. Los frentes, por tanto, son muy numerosos y algunos de ellos realmente complejos.
Sin embargo, el sector está siendo capaz de mejorar en prácticamente todos esos frentes. El porcino, por ejemplo, ha reducido de manera radical las emisiones de amoniaco en los últimos 15 años (prácticamente a la mitad). La reducción de las emisiones de gases requiere, además, un enfoque multidisciplinar y holístico. Así, en el terreno de las emisiones, se están logrando avances desde la perspectiva del diseño de la estructura de las explotaciones, desde la composición del alimento (composiciones más aprovechables por el animal), desde la selección de genéticas específicas, o desde la reutilización de los residuos (biogás, compost).
Lo mismo sucede con la sanidad animal, la concienciación al respecto de la importancia de la bioseguridad y una creciente demanda de reducción del uso de medicamentos en las granjas ganaderas, están provocando una aproximación a la salud animal que tiende a la individualización de la misma, y a una gestión integral de los riesgos sanitarios, hasta el punto de que las medidas de desinfección y seguridad en una moderna granja de porcino o en una granja lechera dejarían sorprendidos a muchos de nuestros lectores.
Incluso, en algo tan difícil de controlar por el propio sector como es la producción de las materias primas (básicamente, el alimento de los animales), está intentándose que estas se obtengan también con el menor impacto posible y en algunos casos buscando soluciones de economía circular.
Como siempre, hay acciones individuales que contradicen esta versión: hay granjas que no son tan cuidadosas, o que directamente incumplen las normas; de la misma forma que hay empresas en la industria que maltratan a sus trabajadores; o fabricantes de automóviles que engañan a consumidores y autoridades; o estudiantes que no requieren esforzarse para obtener sus títulos académicos. Pero la realidad general de la ganadería española es la de un subsector muy sacrificado, que ha innovado de manera ejemplar para cumplir con los requerimientos que le ha hecho la sociedad y que cumple su misión (ofrecer alimentos saludables de calidad a precios razonables) al tiempo que respeta las leyes. Y que cada día es más sostenible.