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Poco a poco se han colado en nuestro vocabulario nuevas palabras, casi siempre préstamos del inglés, que hemos asociado a Internet o al mercado de las apps (esas aplicaciones que se ejecutan en los móviles y que tienen a hacer nuestra vida más fácil). Y sin apenas darnos cuenta, muchas de ellas tienen en común el pertenecer al ámbito de la economía colaborativa. En este terreno podemos incluir todas las iniciativas de consumo, producción o financiación que tienen en común su funcionamiento mediante una plataforma y una filosofía de economía distribuida, basada en que muchos pocos pueden sumar un total muy grande.

De esta forma, pertenecen a su ámbito cuestiones tan supuestamente distantes como el crowdfunding cultural (como Verkami) o compartir habitaciones o apartamentos (la base de Airbnb), espacio en los coches (Uber o  Blablacar), o lo que se le pueda pasar por la cabeza al lector. Aunque lo obvio es que todos estos servicios son posibles gracias a Internet, desde el punto de vista económico, lo realmente interesante es que merced a la tecnología lo que conseguimos es minimizar los costes de transacción y, por tanto, posibilitar la realización de transacciones.

La oferta distribuida

El sistema (ya sea de consumo, producción o financiación) suele funcionar de similar forma. Hay una plataforma, típicamente de libre acceso a través de Internet, que posibilita el contacto entre los que tienen la necesidad y los que están en condiciones de satisfacerla. En este sentido, dicha plataforma puede materializarse en forma de página web, aunque actualmente si se quiere tener éxito hay que estar presente de forma nativa en los dispositivos móviles, tanto teléfonos inteligentes como tabletas (las archifamosas apps).

Otra característica fundamental es que cada plataforma se especializa en un aspecto muy concreto: compraventa de proximidad, cultura, transporte por carretera, alojamiento, etc. Como elemento de difusión y potenciación se valen de las redes sociales y de sus técnicas. Algunas, de hecho, crean una comunidad de usuarios a su alrededor, usuarios que se convierten en difusores de las bondades de la propia plataforma en el supuesto que esta colme sus expectativas.

Expliquémoslo mejor con un ejemplo. Imaginemos que estamos buscando una habitación para visitar Lisboa en un par de semanas. En la economía tradicional, iríamos a una agencia de viajes, la cual nos ofrecería diversas opciones hoteleras y de transporte, comercializadas normalmente a través de tour operadores que agrupan en paquetes las ofertas de transportes, alojamiento y hasta ocio (con excursiones y actividades organizadas en destino). Aunque eso ya lo hace muy poca gente. Lo normal hoy día es entrar en una central de reservas en internet (la más conocida es booking.com). Allí se eliminan intermediarios y se reducen con ello los costes de transacción, y las críticas de los usuarios aportan una capa de información de iguales sobre la calidad del hotel y de sus servicios. Es casi un paso anterior al que definimos.

La opción colaborativa es similar, pero en lugar de entrar en una central de reservas, lo que hacemos es acudir a una plataforma y, en lugar de encontrar una oferta reglada hotelera, lo que nos encontraremos serán habitaciones o apartamentos de particulares, es decir, pasamos de un modelo en el que solo cuenta la oferta reglada tradicional, la de las empresas especializadas en el alojamiento, a otra en la que cualquiera puede ofrecer sus habitaciones sobrantes o apartamentos de alquiler. Un modelo en el que cualquiera se puede convertir en oferente ya que deja de ser necesario el conocimiento de los canales comerciales. Existe también usualmente una formula de evaluación de la oferta, pero también de los demandantes, de forma que tanto una parte como la otra puede obtener algo más de información independiente sobre su contraparte. Es como funcionan wimdu.es o airbnb.com. En principio, los oferentes ponen en la web los calendarios de disponibilidad y las características de su oferta. A través de la plataforma y de sus servicios se puede gestionar y obtener el cobro del alquiler de su activo.

Hemos descrito una plataforma típica de consumo de servicios, pero un procedimiento similar puede desarrollarse en torno a las necesidades de financiación de un proyecto empresarial. Existen plataformas de crowdlending que en esencia funcionan como entidades de financiación, en las que los ahorradores/inversores pueden contribuir con pequeñas aportaciones a sufragar las necesidades de financiación de una empresa. En este caso se suele hacer un análisis previo del riesgo asociado con la operación y se establecen unos tipos de interés en línea con el plazo y riesgo calculados. De esta forma, el banco que actuaba como mediador tradicional desaparece de la ecuación. Nuevamente, la búsqueda de la satisfacción de una necesidad encuentra una vía alternativa a la economía tradicional y vuelve a usar la fórmula de la oferta distribuida; aunque en este caso, el riesgo lo asumen directamente los microprestamistas, y no la entidad intermediaria.

El regreso del trueque

En la misma línea de convertirnos a todos en oferentes y demandantes, muchas de las operaciones de comercio tradicionales (recibir un bien o un servicio a cambio de un precio) se convierten en trueques. ¿Por qué no casar mis necesidades con las de un tercero y eliminar el siempre engorroso dinero de en medio? Así, han surgido plataformas en las que el elemento central es el intercambio. Al alcanzar audiencias muy amplias, es más sencillo encontrar alguien que esté dispuesto a cambiar algo con nosotros: una herramienta por otra, una motocicleta por una coche pequeño, o un juego de maletas por un bono de masajes.

Incluso, en las plataformas más formales de compra-venta, los propios usuarios  ofrecen canjes en los chats habilitados para el intercambio de información. Una alternativa a las monedas sociales para movilizar los recursos de las comunidades.

El don de la ubicuidad

Que Internet sea el medio en el que las diferentes plataformas ofrecen sus servicios tiene una interesante consecuencia para las empresas: no hay restricciones geográficas salvo las que vienen dadas por la capacidad de conexión de los lugares, aunque las diferencias generadas por la geografía, ya sean culturales o de niveles diferentes de acceso, crean a su vez nuevas oportunidades de negocio en el ámbito digital. Así, aunque las economías de aglomeración favorecen la concentración de capital financiero y humano (vitales para esta industria), lo cierto es que se pueden ofrecer servicios de plataforma desde casi cualquier lugar del mundo. Sin ir más lejos, desde Almería se lanzó kirau.com una plataforma especializada en seguridad en la que los usuarios intercambian información sobre robos, estrategias de los cacos o se crean peticiones para pedir una mayor seguridad en el barrio. En el otro extremo de Andalucía, en Sevilla, nace myfixpert.com que pone en contacto a técnicos de reparación de móviles y demás dispositivos electrónicos con los usuarios de los mismos que quieran o puedan pasar por el servicio técnico.

Las externalidades

Aparte del evidente ahorro en costes de transacción y de la movilización de muchos más factores productivos, este modelo económico permite aprovechar de forma más eficiente los recursos. Un coche que hace un trayecto con 4 viajeros es más eficiente que uno en el que va una sola persona, pero no solo desde el punto de vista económico, sino también desde el ecológico: la cantidad de energía consumida per cápita es casi un 25 % en el primer caso que en el segundo. Lo mismo sucede cuando optamos por alquilar una habitación “sobrante”, la vertiente de inversión que tiene la compra de toda vivienda obtiene de esta manera una mayor remuneración. Incluso, una plataforma simple de compra-venta de segunda mano está seguramente potenciando la reutilización de objetos, su mayor duración en uso y una menor necesidad de extraer minerales, maderas o recursos energéticos. Desde el punto de vista de los participantes en las plataformas, ofrece una satisfacción de su necesidad a un coste menor para el demandante y para el oferente la oportunidad de encontrar una remuneración por un recurso que en condiciones normales no hubiera tenido oportunidad de obtener o hubiera tenido unos costes asociados que habrían reducido su beneficio.

Evidentemente, como todo en esta vida, la economía colaborativa tiene claroscuros. Desde siempre, la rupturista incorporación de tecnología ha dejado ganadores y perdedores. El telar movido por máquinas de vapor, dejó sin trabajo a mucha gente, pero permitió el abaratamiento de la ropa para todas las clases sociales. En este caso, los perdedores son muy variados, usualmente todos aquellos que habían hecho de su capacidad de intermediación su razón de ser, como era el caso de las agencias de viajes. O también de los que se encontraban en mercados regulados y (en cierta manera) protegidos, como es el caso de los taxis ante la irrupción de Uber. No obstante, en ocasiones la regulación estaba pensada como herramienta de control de la calidad del servicio o como elemento de protección a los usuarios, como por ejemplo el mercado bancario. ¿Hasta qué punto que un particular se dedique a alquilar su coche o su segunda residencia a turistas no es una competencia desleal a los sectores del taxi y de la hostelería?

Derivado en parte de la dificultad de poner barreras y controlar todo lo que sucede a través de la red, otra de las perdedoras puede ser la Hacienda Pública, ya que es más complicado controlar un mercado con un número ajustado de oferentes que otro en el que literalmente cualquiera puede ser un oferente. En este, las oportunidades de ocultar operaciones comerciales al fisco se multiplican de forma exponencial y se dificulta mucho más el control por el aumento del número de sujetos pasivos a analizar.  Incluso, en algunos casos, puede no quedar muy claro si la transacción debe devengar impuestos o no. Parece pues que el ámbito de la economía colaborativa supone un reto para la fiscalidad e, incluso, para una fiel evaluación del PIB de una determinada área geográfica. Piense el lector en esto: si cogemos un taxi para ir a la oficina, estaremos pagando impuestos y generando PIB (hay una empresa registrada oficialmente que paga sus impuestos y que contrata personal y cotiza por él, incluso en el caso de que el taxista sea autónomo); pero si entramos en blablacar.com y encontramos alguien que lleve nuestra misma dirección, podemos concertar con él el viaje, a cambio normalmente de pagar parte de los gastos del coche. Esa operación no tiene en principio carácter comercial, por lo que no supone un pago de IVA, ni requiere que nadie esté dado de alta en la Seguridad Social, ni forma parte del modelo de calculo del PIB. En la medida que cada vez más transacciones se pasen al circuito colaborativo más se ampliarán estos efectos.

El problema de la rentabilidad

En cualquier caso, aparte de las plataformas cuya misión es cambiar el mundo (según un estudio de la OCU y la Universidad Complutense, solo un 10 %), la supervivencia de esta economía depende de la financiación de sus infraestructuras (las plataformas). Aunque el acceso es relativamente barato, el tráfico de datos está tasado y un mayor uso de una plataforma significa la necesidad de pagar por un mayor ancho de banda, por más disco duro y por más servidores. Por tanto, al final, incluso en este mundo en ocasiones tan ideologizado hay que hablar de rentabilidad. Encontrar la forma de convertir el tráfico de usuarios en dinero no es tarea fácil. Aparte de la publicidad, solo la posibilidad de crear servicios premium, puede permitir la generación de ingresos (herramientas de gestión de los inmuebles en las plataformas de alquiler de espacios o servicios de asesoría en las plataformas de crowdfunding).

3D geometric figure on the platform of a 3D printer with a man in the background

El futuro: la producción distribuida con las impresoras 3D

A pesar de las reticencias y de las protestas de los agentes ya establecidos, parece claro que este tipo de economía ha llegado para quedarse. De la misma forma que Internet se incorporó a nuestra vida en la década de los 90 del pasado siglo. Obviamente, evolucionará de la misma forma que evoluciona la propia red o la sociedad.

En este sentido, la combinación de estas plataformas con impresoras de 3D sencillas y de coste accesible podrían alumbrar una nueva revolución: la de fabricación de manufacturas distribuida…

David Uclés Aguilera

Área de comunicación en Grupo Cajamar