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Siempre es difícil intentar predecir el futuro y realizar un análisis de prospectiva de la evolución que va a tener la sociedad o un determinado sector productivo. Más aún en el caso de una actividad tan dinámica y en continuo cambio, como es el sector hortofrutícola.

Pero sí se puede realizar un ejercicio de imaginación. Para ello tenemos la experiencia de las tendencias observadas durante las últimas campañas, y los grandes retos a los que debemos ser capaces de dar solución para asegurar la sostenibilidad del sistema.

De entre todos ellos, el elemento más crítico, y el que va a exigir de mayores esfuerzos y recursos, es sin duda el agua. A nuestro favor juegan los avances tecnológicos, y muy especialmente en el ámbito de los procesos de desalación y de las energías renovables. Estamos asistiendo a grandes desarrollos para mejorar la eficiencia en la producción y el almacenamiento de electricidad a partir de fuentes renovables. En muy poco tiempo, el coste de generación de la fotovoltaica puede llegar a igualar o quedar por debajo de las fuentes convencionales. Y, teniendo en cuenta que la generación y el consumo se realizarán en el mismo lugar, sin tener que incurrir en costes de transporte, podremos disponer de agua de excelente calidad a un precio muy competitivo.

La segunda gran cuestión hace referencia a la tecnología de invernaderos. Las estructuras habrán mejorado considerablemente, serán más altas, con un control activo del clima, con materiales de cubierta más eficientes y de mayor duración, y con un entorno poblado de flora autóctona que ayudará a controlar mejor las plagas y a embellecer el entorno.

La producción será más ‘inteligente’, con sensores que ayudarán al agricultor a la toma de decisiones en aspectos como el riego, la fertilización y el control de plagas. Los modelos predictivos permitirán conocer con suficiente tiempo de antelación las cantidades que se van a cosechar, lo que ayudará a cerrar contratos de suministro con los clientes a medio plazo.

El cultivo ecológico, por su parte, representará más de la cuarta parte de la superficie. Aunque la diferencia entre agricultura biológica y convencional será cada vez más pequeña, por la progresiva traslación de las técnicas de cultivo y manejo de aquella hacia esta.

Todos los subproductos generados por el sector serán transformados y valorizados. Lo que supondrá la creación de nuevas fuentes de riqueza para la provincia. El compostaje de los restos vegetales y la obtención de ingredientes alimentarios para el enriquecimiento de diferentes matrices, a partir de los frutos no comercializables en fresco, serán las dos líneas principales de trabajo.

Finalmente, las grandes empresas de comercialización habrán dado un salto cuantitativo y cualitativo. Duplicarán su tamaño y ampliarán su gama de productos y su calendario de trabajo, para poder atender a un cliente cada vez más exigente y que no entiende de la temporalidad de la producción agraria. Y la comercialización directa a través de plataformas de comercio electrónico será una realidad, con una cuota de mercado en continuo crecimiento.

Y todo ese dinamismo y competitividad de la agricultura almeriense nos convertirá en el gran referente mundial para un modelo de producción de hortalizas, que se podrá trasladar a amplias zonas del planeta que cuentan con climas cálidos y una población que se incrementa rápidamente. La industria auxiliar se beneficiará de esta imagen exterior y llevará a cabo un proceso de internacionalización que nos permitirá exportar tecnologías a todo el mundo y por un volumen económico que puede ser igual o mayor que la venta de las propias hortalizas.

Todo esto no deja de ser un deseo, formulado desde el optimismo y la confianza en nuestras capacidades, pero un deseo basado en hechos reales. En nuestras manos está hacerlo realidad.

Roberto García Torrente

Director de Innovación Agroalimentaria Cajamar