Ropa que monitorizará tu estado físico y de ánimo, automóviles sin conductor y conectados a los sistemas centrales de casas y oficinas, medicamentos que desplegarán sensores en nuestros organismos y monitorizarán continuamente su actividad.
Fabricas con sólo unos pocos empleados humanos que coordinarán numerosos equipos de robots, conectividad total de todo tipo de dispositivos del hogar, sistemas de inteligencia artificial adoptando decisiones desde un sillón del consejo de administración de grades multinacionales.
Dispositivos móviles como teléfonos implantados en la piel, tatuajes inteligentes que interactuarán con smarphones o computadoras, capacidad de almacenamiento ilimitada y gratuita, ciudades inteligentes donde, por ejemplo, los semáforos no serán necesarios y maximizarán el ahorro de energía.
Órganos humanos fabricados en una impresora 3D, robots diseñados por robots, control neurológico del cerebro para luchar contra adicciones, regular el comportamiento alimentario y mejorar resultados académicos y deportivos.
No son notas para el guión de una novela de ciencia ficción, son eventos que según los expertos probablemente ocurran antes de 2025. De hecho, algunos de ellos ya son una realidad.
La 4ª revolución industrial, como combinación de lo físico y lo digital, ya está aquí. Es imparable y lo que es más importante, vertiginosa.
Es indudable que va a traer innumerables avances y ventajas para la humanidad, pero no lo es menos que se abren un sinfín de incertidumbres. Por cada nueva oportunidad, un riesgo; por cada nuevo avance, una incógnita por resolver.
Al aumento de la eficiencia y la productividad que supone la robotización, el miedo al desempleo. A las facilidades que conlleva la conectividad total, la dificultad de mantener la privacidad. A una mejor experiencia en la relación con los organismos públicos y grandes corporaciones, una multiplicación de la ciberdelincuencia y de sus consecuencias.
Lo que para las grandes superpotencias y multinacionales supondrá una oportunidad de reducir gastos y aumentar beneficios, para los países en vías de desarrollo puede implicar una amenaza que aumente exponencialmente la desigualdad entre personas y países.
Los nuevos avances en biomedicina y neurología incrementarán la longevidad y calidad de vida, pero a costa de nuevos debates éticos y morales.
Nadie sabe a ciencia cierta que va a ocurrir en las próximas décadas. A los agoreros que vaticinan un futuro oscuro se enfrentran aquellos que sólo ven ventajas. Lo que sí parece cierto es que todo va a cambiar y a una velocidad sin precedentes.
Abróchense los cinturones, ya hemos despegado.