Los avances de la ciencia y el conocimiento producen a su vez cambios importantes en nuestra forma de vida, cambios que van más allá de las tecnologías que equipan nuestro móvil o del grosor de pantalla de televisión de casa. Las mejoras conjuntas en la medicina (de las que la genética es una de las mayores protagonistas de los últimos años), junto con las realizadas en los sistemas de saneamiento de las ciudades, así como la ampliación de la cobertura de unos sistemas de salud cada vez más preparados, incluso las legislaciones laborales y sociales más avanzadas, están provocando un alargamiento considerable de la esperanza de vida a nivel mundial, más claro (de momento) en las sociedades más avanzadas que en el resto.
Este fenómeno es una de las grandes placas tectónicas sobre las que nuestro desarrollo económico y social va a pivotar en las próximas décadas. Y provocará, está provocando de hecho, fenómenos paralelos de similar magnitud como el envejecimiento progresivo de las poblaciones (fruto del aumento de la esperanza de vida, pero también de las caídas de las tasas de natalidad que caracteriza a las sociedades posindustriales), o el aumento de la preocupación por la salud en estratos de edad cada vez más amplios.
Más viejos, más preocupados por la salud
Llegar a edades más avanzadas significa aumentar la probabilidad de sufrir enfermedades graves a lo largo de la vida, e incrementa el grado de incidencia de dolencias asociadas a la edad, como muchos tipos de cáncer o enfermedades degenerativas de las funciones cognitivas. De ahí que la preocupación por la salud comience a ser una de las tendencias sociales más fuertes de los últimos años. Y seguramente seguirá siéndolo en adelante.
Queremos mantenernos sanos el mayor tiempo posible pero, sobre todo, queremos llegar a viejos en las mejores condiciones de salud. Nuestras ciudades se han llenado de gimnasios y los fines de semana una avalancha de corredores, ciclistas y caminantes llenan nuestras calles, carreteras, parques y montañas. La salud de hoy es la primera piedra de la salud de mañana. Por otro lado se está creando una corriente de pensamiento, no siempre basada en el conocimiento científico, que relaciona la alimentación (la nutrición) con la salud: movimientos antileche, vegetarianismo, veganismo (que incorpora una vertiente ética), las paleodietas, la cruzada en contra del azúcar excesivo, las modas de los superalimentos, las dietas detox, y un largo etcétera de movimientos, creencias y certezas que provocan el nacimiento de nuevos nichos de mercado (algunos muy efímeros) para los productores de alimentos. En gran medida, somos lo que comemos.
Una sociedad tecnohedonista
Hay un grupo creciente de personas que se preocupan de manera también creciente por lo que comen. Y por añadidura, además, por el origen y la forma de producir lo que comen. Para unos, no será suficiente con que su filete de ternera sea de producción ecológica, tendrá que haber sido obtenida además de vacas felices o provenir de granjas que cumplan con todos los requisitos legales para con sus trabajadores; para otros lo mejor será sustituir la proteína animal por vegetal; otros podrían preferir la proteína sintética en la que ningún animal ha tenido que morir para su producción; otros pondrán el acento en la cantidad de CO2 emitido hasta llegar a su frigorífico… Las necesidades son más complejas, abarcan un mayor ámbito de cuestiones y los segmentos de mercado son cada vez más específicos.
Volvamos a la genética. Un análisis personalizado del ADN ya se obtiene por importes en torno a los 1.000-2.000 euros. Y los costes bajan rápido. En pocos años, la secuenciación del ADN la haremos de forma rutinaria a todos los bebés recién nacidos, y sabremos desde el mismo momento de nuestro nacimiento cuáles con las trampas que nuestra genética nos ha preparado, de forma que podremos influir en las probabilidades del desarrollo de determinadas enfermedades aplicando hábitos de vida, entre los que la alimentación será uno de los principales, sometiéndonos a operaciones y tratamientos preventivos o editando nuestro ADN para evitar problemas en el futuro. En suma, la medicina podrá tratarnos de manera mucho más individualizada y profunda que nunca a lo largo de nuestra historia como especie.
¿Cabe la posibilidad que de la misma forma que hoy nos hacen un programa de entrenamiento personalizado en el gimnasio del barrio, nuestro médico especialista en nutrición nos termine elaborando una dieta ideal para cada momento de nuestro desarrollo? No es descabellado pensarlo.
Si consideramos ahora que la producción individualizada es una de las tendencias que ya encontramos en la industria, podremos imaginar un mundo en el que nuestro suministrador habitual de leche produzca para nosotros aquella que tenga la proporción de grasa y de lactosa adecuada para nuestra digestión; o que la hamburguesa para la barbacoa del fin de semana haya sido fabricada teniendo en cuenta nuestros gustos personales y nuestras necesidades de ingesta calórica previstas para la semana en curso.
¿Suena disparatado? Piensen que empresas como Google o Apple están realizando cuantiosas inversiones en recopilar datos médicos de cada uno de nosotros y que en sus dispositivos hay por defecto apps de salud. Piensen que ya hay imprentas de alimentos (basadas en la tecnología de impresión 3D). Piensen en cómo somos los seres humanos. Y tal vez lleguen a nuestra misma conclusión: allí donde se unen la tecnología, la genética, la medicina y la alimentación se encuentra la nutrición personalizada.