Parece que, hoy en día, si no eres capaz de pronunciar los últimos tres anglicismos que reflejan lo último de lo último en tecnología, no eres nadie.
Esta tendencia que, hace algún tiempo (¡eh!, no tanto), pudiera estar más ligada a los profesionales del sector y circundantes, ahora está totalmente popularizada; hasta en los telediarios aparecen noticias de vez en cuando que ensalzan la novedad de turno y acaban por canonizar a las compañías o a los gurús que los acuñan.
Añade a esto la adopción, casi desde su aparición, de estas nuevas tecnologías por parte de «la chavalería» y el efecto «hype» («subidón» no suena nada técnico, más bien a sobreexcitación narcótico-etílica, aunque el término en inglés también se use precisamente para expresar este último estado) se multiplica exponencialmente hasta tal punto que puedes llevar 20 años trabajando en el sector tecnológico o ser Doctor en Inteligencia Artificial por el MIT y, a pesar de eso, tu hijo de 13 deja caer tres «palabros» cuando habla de su Youtuber preferido y tu cara refleja esa ineludible expresión de no-sé-de-qué-hablas-pero-no-voy-a-reconocerlo que te hace parecer un auténtico ignorante.
Esta brecha se extiende tanto a qué te cuentan como al lenguaje que utilizan para hacerlo, que tampoco facilita el mutuo entendimiento y que, por supuesto, varía en función del medio utilizado para expresarlo: si te lo dicen de viva voz, todavía, pero hay mensajes de Whatsapp que ni con la tabla Rosetta en la mano podrías descifrar.
Y no me refiero a la lógica y natural incomprensión padre-adolescente, sino a la «anglotecnificación» de su léxico, que reduce tanto más la compresión cuanto más ajeno eres a la «tecnología».
Porque claro, cuando hablamos de «tecnología» (así, en minúsculas y entrecomillada) damos casi por hecho que nos referimos a cualquiera de estos cuatro artificios: teléfonos, redes sociales, coches eléctricos o consolas. Ya ni nos planteamos pensar en Internet, eso ya se sobreentiende (perdón, es una «commodity») y mucho menos en una turbina hidráulica, que también es una pieza de tecnología.
Gracias a todos estos «licenciados en PCWorld» (expresión muy de los ’90 que desvela quién de los dos personajes descritos anteriormente soy yo) y a la presión mediática nos vemos abocados a la necesidad de estar al día en esa parcela tecnológica si no queremos que la siguiente conversación que seamos capaces de mantener sea la de comprar el pan, mientras queden tiendas físicas, claro. Es decir, que nos tenemos que subir a la bicicleta de los blogs, vlogs, RSS’s, podcasts, etc… para ser capaces de perseguir al sol del «entendimiento tecnológico». Y cuidado con quedarte parado mucho tiempo para arreglar un pinchazo y mucho menos para ver el paisaje, porque es posible que pierdas al sol de vista y la siguiente vez que lo veas aparecer sea él quien te persiga a ti (y el sol no espera… te sobrepasa).
Así que, por si te vale de algo, ahí van algunas de las piezas de mi «bicicleta» para que tú puedas también perseguirlo:
No dejes de pedalear. 😉