Skip to main content

Con la revolución de los transportes, primero, y de las tecnologías de la información y la comunicación, después, la profunda transformación en el modo de alimentarse es el tercer gran cambio que ha experimentado la humanidad en los últimos doscientos años. Y si cabe la más importante, porque de ellos solo la ingesta de alimentos es una necesidad básica, y solo ella repercute directamente en nuestra salud.

Cómo procurarse alimento ha sido históricamente la mayor preocupación de cualquier sociedad humana. El desarrollo de la agroindustria y la universalización del consumo de alimentos procesados, más fáciles de transportar y comercializar, y con un mayor valor añadido (y por tanto más rentables que los productos a granel tradicionales) han copado nuestra rutina alimentaria en apenas dos o tres generaciones, sirviendo a las nuevas necesidades sociales y familiares, a los nuevos gustos y las nuevas modas. Esta verdadera revolución alimentaria ha desequilibrado nuestra dieta, alterando la manera tradicional de combinar los distintos tipos de alimentos y de prepararlos para su consumo. Nuestro organismo, sujeto a milenios de evolución, se ha visto sorprendido por la comida rápida, los precocinados, las conservas y los derivados de los cereales y la leche, la bollería industrial, y aún no ha tenido tiempo de digerir un cambio tan acelerado y tan profundo.

No cabe duda de que una transformación semejante ha tenido y sigue teniendo un peso notable en la proliferación en el último medio siglo de las denominadas enfermedades occidentales, aquellas que, aun habiendo existido desde siempre, han proliferado exponencialmente en un contexto de progresivo envejecimiento de la pirámide demográfica en los países más desarrollados: las dolencias cardíacas, la hipertensión, el cáncer o la diabetes, por citar las fundamentales. Se da entonces una aparente paradoja: a mayor disponibilidad de alimentos más baratos, peores parecen ser nuestros hábitos alimentarios.

De las repercusiones en nuestra salud de esta situación se ocupa este libro. Y, sobre todo, de cómo superarla. De cómo saber elegir, conscientemente, y ante una oferta creciente y a veces incluso contradictoria de doctrinas nutricionales, como las llama la autora, Ana Molina, la conducta alimentaria que más nos conviene a partir del conocimiento científico disponible y de nuestro estado personal de salud. Y de cómo en esa elección racional, las hortalizas y frutas cumplen un cometido fundamental por su composición y sus efectos a largo plazo en nuestro organismo.

En Grupo Cajamar no solo estamos comprometidos con atender las necesidades financieras de los agentes económicos del sector agroalimentario. Como cooperativa de crédito, como entidad de economía social, nuestro compromiso abarca todas las dimensiones de la alimentación, y por supuesto el consumo y la seguridad alimentarias, como eslabón final de la cadena. En la actualidad, más allá del alivio inmediato del hambre, como ha sucedido históricamente, el desarrollo tecnológico y socioeconómico ha permitido que la finalidad última de la ingesta de alimentos sea la salud, el bienestar humano. Además, en el territorio donde se asienta el Grupo Cajamar se concentra la mayor producción española de hortalizas y frutas para su consumo en fresco, así como muchos de los centros industriales que elaboran productos de la denominada cuarta y quinta gama, que tratan que facilitar el aprovechamiento de las virtudes nutricionales de estos productos a los hábitos y el ritmo de la vida actual.

Como he podido leer en más de una ocasión a Ana Molina, estas regiones no deben contentarse con exportar kilos de hortalizas y frutas, como llevan haciendo desde hace siglos, sino que deben tomar conciencia de que también exportan salud. De que sus producciones, sin aditivos, son –y sigue citando a la autora de este trabajo– «alimentos funcionales en su envoltorio original». En el caso de las frutas y hortalizas no es necesario añadir ningún argumento a su composición natural, las llevan de serie. Sin embargo, el sector agroalimentario aún no ha tomado conciencia de esta ventaja competitiva. Actualmente, la tecnología y el conocimiento nutricional acumulado en las últimas décadas nos permiten identificar la composición de nuestras verduras y recomendar el uso que podemos hacer de cada una de ellas en función de los beneficios deseados. Pero queda mucho camino por recorrer.

La oferta española de productos frescos puede ser la mejor farmacia del siglo XXI, y con la edición de este libro queremos contribuir al conocimiento que se tiene de nuestras frutas y hortalizas, a concienciar y a animar a las empresas del sector para que pongan en valor los atributos relacionados con la salud en sus campañas de comunicación e información. Y, sobre todo, fomentar que el consumidor final llegue a tomar conciencia de que la presencia de los alimentos frescos en nuestra dieta, de las frutas y hortalizas, en combinación con otros elementos básicos como los cereales, las legumbres o el aceite de oliva, y con todos aquellos hábitos propios de una vida activa y saludable, mezclados todos ellos en un adecuado equilibrio y en función del contexto personal de cada individuo, es la forma más sencilla y sabrosa de mantener un excelente estado de salud.

Descargar publicación:

lo-saludable-de-los-alimentos

Roberto García Torrente

Director de Innovación Agroalimentaria Cajamar